ENERGÍA

Del bien común al saqueo: cómo la transición energética está privatizando la esfera social

La transición energética debería ser una tarea de toda la sociedad. Sin embargo, según el Dr. Stephan Kaula, médico especialista jubilado, ha creado una sociedad de dos clases. Si bien muchos se benefician de las subvenciones, muchos más son víctimas de este cambio energético
octubre 29, 2025 16:40, Last Updated: octubre 29, 2025 16:40
By Stephan Kaula

La energía sostiene la civilización moderna: condiciona la salud, la educación, la participación y la dignidad. Una sociedad que no concibe su suministro energético como responsabilidad compartida pierde la cohesión que la define como civilización.

Sin embargo, eso es precisamente lo que ocurre. La transición energética, concebida en origen como tarea colectiva, se ha convertido en lo contrario: una política que erosiona la solidaridad.

La brecha en la sociedad energética

A primera vista, la transición energética se presenta como un éxito moral —«estamos salvando el clima»—, pero en la práctica ha abierto una brecha social silenciosa y profunda entre ganadores y perdedores de esa misma idea.

Está la jubilada en su pequeña casa de Uckermark que, en los días fríos, duda entre encender la estufa eléctrica o el calefactor.

Y está el electricista con placas fotovoltaicas y baterías, que puede permitirse una sauna eléctrica gracias a las subvenciones públicas y a una tarifa de venta a la red, satisfecho por vivir de forma «neutra en carbono».

Ambos forman parte de la misma sociedad, pero habitan realidades energéticas distintas. Lo que uno paga es la condición de rentabilidad del otro.

Del principio de solidaridad a la auto optimización

La lógica de la transición energética ha desplazado el bien común en favor del individualismo. El objetivo político de descarbonizar el suministro se ha transformado en una competición por la auto optimización. «Sea independiente», reza el mantra; pero una independencia sostenida en la dependencia de otros no es progreso, sino regresión moral.

Este marco ha propiciado una cultura del egoísmo energético: quien puede, se arregla solo, con espacio en el tejado, capital y acceso a subvenciones. El resto queda atrás con tarifas de red, recargos y precios de la electricidad y la calefacción cada vez más altos.

La transición energética favorece la propiedad y penaliza la necesidad. No redistribuye de forma equitativa, sino de abajo arriba: del inquilino al propietario, del profesional al promotor, del contribuyente a la corporación.

Las nuevas minorías

Entre las víctimas olvidadas no solo figuran los residentes próximos a los parques eólicos que padecen física y psicológicamente las emisiones, sino también millones de hogares que han caído en silencio en la pobreza energética. Estas personas conforman las nuevas minorías de una sociedad que se tiene por justa. Son socialmente invisibles porque no protestan a voz en cuello, sino que se paralizan en silencio.

Una sociedad que desatiende a sus miembros más vulnerables en nombre del clima vulnera sus propios principios morales. La protección del clima sin protección social no es progreso, sino cinismo.

En una economía de mercado libre, con vocación social, hay ámbitos que deben quedar al margen de la lógica pura del mercado: salud, educación, vivienda y energía. Son expresiones de responsabilidad colectiva. Sin embargo, la transición energética ha privatizado estos pilares, los ha elevado moralmente y los ha fragmentado económicamente.

Hoy, la energía ya no es un bien común, sino un signo de distinción: divide en lugar de unir. Para algunos, representa la «buena vida»; para otros, supone un sacrificio cotidiano.

La paradoja de la moralidad

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Porque la transición energética no se organizó como un proyecto tecnológico, sino como uno moral.

Ahora bien, cuando se instrumentaliza políticamente, la moralidad tiende a excluir: divide el mundo entre buenos y malos, creyentes y no creyentes, salvadores y pecadores del clima. Con ello disuelve la misma solidaridad que dice promover.

Así ha emergido una modernidad paradójica: nos proclamamos ilustrados, pero actuamos como en un feudalismo renovado, con una élite que puede permitirse el lujo de tener la conciencia tranquila.

Reflexiones finales

Una política energética justa empieza donde empieza la dimensión social: en la dignidad de cada persona. La energía no es un privilegio, sino una necesidad vital. Quien la encarece, la hace escasa o la carga de connotaciones morales, socava los cimientos de la sociedad.

La civilización no se levanta sobre hormigón, acero ni aspas de rotor, sino sobre la disponibilidad silenciosa e invisible de calor, luz y confianza.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Alemania con el título «Vom Gemeingut zur Beute – wie die Energiewende das Soziale privatisiert»

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