El papa que predijo los horrores del comunismo

Por Jonathan Miltimore
4 de junio de 2025 21:07 Actualizado: 5 de junio de 2025 07:43

El 9 de noviembre de 1846, el papa Pío IX publicó una encíclica titulada Qui Pluribus, expresión latina que significa «a los muchos». Pío IX escribió esta encíclica en una época de grandes cambios políticos y sociales. En todo el continente, la escasez de alimentos, el desempleo y la industrialización galopante alimentaban el descontento de los campesinos y los obreros.

En medio de los conflictos, los periódicos europeos comenzaron a hablar del comunismo, un sistema económico que había hechizado a eminentes intelectuales franceses medio siglo antes. En este contexto, Pío IX lanzó una severa advertencia contra este sistema económico, al que calificó de uno de los «errores fatales de nuestro tiempo», al igual que el socialismo y el nihilismo.

«Esta infame doctrina del llamado comunismo —que es absolutamente contraria a la ley natural misma— destruiría completamente los derechos, la propiedad y las posesiones de todos los hombres, e incluso la sociedad misma», advirtió el Papa.

Esta declaración constituye la primera condena papal del comunismo. Mientras tanto —a solo 1170 kilómetros del Vaticano— un joven intelectual alemán se encontraba en Bruselas elaborando una visión radicalmente diferente, destinada a trastocar el orden social, político y religioso.

«¡Proletarios de todos los países, uníos! ¡No tenéis nada que perder, salvo vuestras cadenas!», escribió Karl Marx en El Manifiesto Comunista, publicado dos años más tarde. «La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases».

De ambos escritos, el manifiesto de Marx es —con diferencia— el más famoso hoy en día. Aunque Marx murió prácticamente desconocido y sin un centavo, sus ideas fueron descubiertas más tarde por un joven revolucionario ruso llamado Vladimir Ilich Uliánov, más conocido por su seudónimo Vladimir Lenin.

Lenin llegó al poder tras la Revolución de Octubre de 1917, y el líder bolchevique convertiría las ideas de Marx en la doctrina oficial de la Unión Soviética. Esro demostraba que Pío IX era extrañamente profético.

Gulags, terror político y hambrunas masivas

El marxismo se convirtió en el dogma de Estado en la URSS y siguió siéndolo tras la muerte de Lenin en 1924. A lo largo del siglo XX —bajo regímenes como la Unión Soviética de Stalin— la China de Mao y la Camboya de Pol Pot, la búsqueda de una sociedad sin clases dio lugar a la represión masiva, la colectivización forzosa y las purgas sangrientas.

Pío IX había advertido a sus «venerables hermanos» contra los socialistas radicales, comparándolos con «lobos rapaces» disfrazados de corderos. Tuvo razón inmediatamente después de la llegada al poder de Lenin.

El 20 de diciembre de 1917, Lenin creó la Cheka (en ruso ВЧК, abreviatura de «Comisión Extraordinaria de toda Rusia para la Lucha contra la Contrarrevolución, la Especulación y los Delitos en el cargo»), una fuerza policial secreta de 250 000 hombres. La Cheka se convirtió en su instrumento de terror político. Los historiadores estiman que las autoridades llevaron a cabo un millar de ejecuciones al mes solo por delitos políticos. A modo de comparación, los zares antes de los bolcheviques ejecutaban una media de 17 personas al año, señala el historiador Paul Johnson.

En Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn recuerda que los zares no utilizaban la tortura, pero que los marxistas veían su utilidad y la adoptaron sin dudarlo.

«La tortura se consideraba un método de investigación esencial y natural», escribió Solzhenitsyn, que fue enviado a un gulag en 1945 después de que unos funcionarios interceptaran una carta privada en la que criticaba a Stalin.

El uso del terror por parte de Lenin le costó el apoyo de algunos socialistas extranjeros. Rosa Luxemburg escribió en una famosa carta que una revolución proletaria «odia y aborrece el asesinato». Pero el terror le permitió consolidar su control sobre el Estado revolucionario, y Joseph Stalin —su sucesor— adoptaría y ampliaría considerablemente estos métodos.

Bajo Stalin, la policía secreta, los gulags y los juicios espectáculo se utilizaron para aplastar la disidencia política. Con la población sometida, había llegado la hora del socialismo, pero a un coste humano catastrófico. A finales de la década de 1920 y en la década de 1930, decenas de millones de personas se vieron obligadas a trabajar en la agricultura colectivizada. Las consecuencias fueron espantosas.

Millones de personas pasaron hambre, especialmente durante el Holodomor en Ucrania (1932-1933), donde se estima que murieron entre 7 y 10 millones de personas. Entre ellas se encontraban los ocho hermanos de Maria Katchmar —una superviviente de la región de Cherkasy— de siete años, que posteriormente recordó haber visto llegar a las tropas y ordenar a su padre que ahogara su ganado.

«Un plan siniestro»

Hoy en día, la mayoría de la gente conoce algunos de los horrores del comunismo, aunque Occidente nunca ha comprendido plenamente los males que ha causado ni ha tratado de sensibilizar a las generaciones más jóvenes sobre la monstruosidad del comunismo. Lo más sorprendente es que el papa Pío IX pareció prever estos horrores casi 70 años antes de que se llevaran a cabo a gran escala.

Stalin asesinó a alrededor de 20 millones de personas, antes de ser superado por Mao Zedong, que mató entre 45 y 65 millones de personas durante la hambruna del Gran Salto Adelante (1958-1962) y las ejecuciones políticas de la Revolución Cultural. El Libro Negro del Comunismo (1997) estima que cerca de 100 millones de personas fueron asesinadas por los regímenes comunistas en todo el mundo.

Con notable claridad, Pío IX advirtió contra el «oscuro designio» de los comunistas, que ocultaban su ideología tras llamamientos a nobles sentimientos cristianos —incluido el amor a los pobres— para ganar poder y legitimidad moral.

«Una vez que han seducido al pueblo con esta falsa apariencia de virtud y lo han conquistado por completo con astucia, difunden el veneno de sus doctrinas y sumen a sus cautivos en todo tipo de crímenes y maldades», escribió el Papa. «Después de haber hecho prisioneros a sus cautivos con dulzura, los atan con ligereza y luego los matan en secreto».

En su libro El diablo y Karl Marx, el historiador Paul Kengor destaca el carácter extrañamente profético de las denuncias del comunismo por parte de Pío IX.

«Si alguna vez pareció que el hombre tenía una bola de cristal», escribe Kengor sobre Qui Pluribus, «pocas declaraciones han sido tan infaliblemente predictivas de lo que iba a suceder».

Cuando Pío IX se refiere al comunismo como un «designio oscuro» que «haría huir a los hombres con terror», es difícil no pensar en la persecución religiosa en la URSS.

Durante las Grandes Purgas estalinistas (1937-1938), más de 100 000 sacerdotes, monjes y monjas fueron ejecutados, torturados o enviados al gulag, entre ellos József Mindszenty (1892-1975), un cardenal húngaro que escribió en 1948 que el comunismo era contrario al «espíritu de la Iglesia». Por este delito, Mindszenty fue detenido, torturado y condenado a cadena perpetua tras un juicio espectáculo en 1949. Fue liberado en 1956 por un gobierno reformista y se refugió en una embajada estadounidense en Budapest durante los quince años siguientes.

La clarividencia de Pío IX resultó inquietante, ya que reconoció el engaño moral y espiritual que se escondía en el corazón del comunismo. Comprendió que no se trataba solo de una amenaza económica, sino de una amenaza espiritual destinada a derrocar el orden moral.

«El comunismo abolió las verdades eternas, abolió toda religión y toda moral», manifestó Marx con aprobación en su manifiesto, «en lugar de constituirlas sobre una base nueva; por lo tanto, actúa en contradicción con toda la experiencia histórica pasada». Para «establecer la verdad de este mundo», el hombre debe rechazar no solo a Dios, sino también todas las convenciones, tradiciones y morales.

Eso es precisamente lo que hizo Lenin.

Las autoridades soviéticas prohibieron la educación religiosa a los niños y los animaron a denunciar a sus padres si mostraban signos de desviación ideológica. En lugar de la moral tradicional, Lenin instauró la «moral comunista».

«Nosotros decimos», afirmaba Lenin, «que la moral es lo que sirve para destruir la vieja sociedad explotadora y unir a todos los trabajadores en torno al proletariado, que construye una nueva sociedad comunista».

Este marco moral convenció a Trotski de que el asesinato de los hijos del zar estaba moralmente justificado. Condujo a masacres y a una persecución generalizada de la Iglesia.

Los comunistas crearon un «imperio ateo», en palabras del historiador soviético Eduard Radzinski, que buscaba sustituir a Dios por el Estado. La destrucción de cientos de iglesias sagradas de Rusia es prueba de ello, en particular la catedral de Cristo Salvador de Moscú, dinamitada en 1931 para dar paso al «Palacio de los Soviets» de Stalin, un edificio gubernamental coronado por una estatua de Lenin de 100 metros de altura.

El Palacio de los Soviets se inauguró en 1937 y debería haber sido la estructura más alta del mundo. Sin embargo, siguiendo la tradición comunista, nunca se terminó. La producción se interrumpió durante la Segunda Guerra Mundial y la estructura metálica se desmontó para ser utilizada durante la guerra. Después de la guerra, el lugar se convirtió en una piscina pública, que permaneció en pie hasta la década de 1990, cuando se reconstruyó la catedral en su emplazamiento original.

Un papa histórico

Pío IX no fue el único papa que advirtió de los peligros del comunismo y el socialismo. Desde León XIII hasta Pío XII y más allá, sus sucesores denunciaron clara y enérgicamente esta ideología. Pero el lenguaje vivo de Pío IX y su clarividencia precoz lo distinguen. Condenó el comunismo no solo como una teoría económica errónea, sino también como un veneno moral disfrazado de virtud. Esta ideología amenazaba con corromper las almas y desmantelar el orden social en el corazón de la civilización occidental.

Sus advertencias, escritas décadas antes de la revolución bolchevique —cuando Karl Marx aún redactaba su sombrío catecismo— se leen hoy como una acusación profética del credo más sangriento de la historia de la humanidad.

Mientras el Vaticano inaugura un nuevo pontífice —en sustitución de un papa progresista que presentó el cambio climático como una cuestión espiritual y defendió la justicia social— el legado de Pío IX nos recuerda que la verdadera preocupación por la justicia y los pobres debe estar arraigada en Dios y en la claridad moral.

Publicado originalmente en Civitas Institute

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

Cómo puede usted ayudarnos a seguir informando

¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en España y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.