Entrevista a María Calvo: «La ideología de género es un delirio absoluto, una falacia y una mentira»

La jurista y escritora española analiza cómo la desvalorización de la familia desde 1968 ha llevado a una sociedad fragmentada y aboga por revalorizar el matrimonio como pilar esencial

Por Miguel Díaz
12 de octubre de 2025 08:53 Actualizado: 13 de octubre de 2025 11:49

En un contexto de creciente crisis demográfica y fragmentación social en España, la profesora y escritora María Calvo Charro ofrece una reflexión profunda sobre la desvalorización de la familia como institución fundamental.

En esta entrevista con The Epoch Times España, Calvo analiza las raíces culturales de esta problemática, señalando que la revolución cultural de 1968 marcó un punto de inflexión al promover una idea de libertad femenina desvinculada de los lazos matrimoniales y maternos.

La autora de libros como Padre y madre en la sociedad woke critica la narrativa feminista radical inspirada en figuras como Simone de Beauvoir, que presenta el matrimonio y la maternidad como formas de opresión.

Por el contrario, Calvo defiende la familia tradicional —centrada en el matrimonio entre hombre y mujer— como el pilar esencial para restaurar el tejido social y combatir el declive demográfico.

En las siguientes líneas, los lectores encontrarán un análisis provocador sobre cómo la revalorización del matrimonio y la aceptación de las imperfecciones humanas pueden ser la clave para una sociedad más cohesionada y humana.

The Epoch Times España: ¿Cuáles son las raíces históricas de la desvalorización de la familia como proyecto de vida?

Sra. Calvo: Viene de atrás, es decir, no es algo propio de la cultura actual. La familia se ha ido devaluando desde la revolución del 68. La revolución del 68 trajo muchas cosas buenas, evidentemente. Fue una revuelta protagonizada por jóvenes que no querían ser como sus madres, porque sus madres habían sido las mujeres de la década de los 50: mujeres que lo habían dado todo por el hogar, por la familia, sin vida pública, social ni exterior, y que quedaban bastante fragmentadas cuando los hijos se iban. Sufrían ese vacío, ese nido vacío, con una cierta desesperación, porque habían llevado una vida niño-céntrica.

Habían volcado su vida en los hijos, pero demasiado volcada en los hijos, porque no habían dado desarrollo a su otra parte no materna. La mujer tiene dos partes: una parte psicológico-materna, ineludible, porque estamos preparadas para traer vida al mundo, lo desarrollamos en acto. Pero tenemos otra parte que la psicóloga Mariolina Ceriotti llama erótica, que es la parte de mi yo, de mi amor a mí misma, como profesional, como trabajadora, como amiga, como esposa.

Fue una generación de mujeres que se volcó total y absolutamente en los hijos: habían vivido la vida de los hijos. Eso es un error. Por mucho que quieras a tus hijos, los hijos vuelan y tienes que estar preparada para cuando se vayan. Entonces, esas madres habían sufrido lo que se llama la tristeza del ama de casa atrapada, que fue muy estudiada por Betty Friedan en su obra La mística de la feminidad, publicada en los 60, aunque fue escrita en los 50.

Y estas jóvenes, legítimamente, no querían ser como sus madres. Amaban mucho a sus madres, la inmensa mayoría, pero no querían ser como ellas; querían tener una vida pública también y una vida propia, aparte de los hijos.

The Epoch Times España: ¿Qué impacto tuvo la revolución del 68 en la percepción de la familia y la mujer?

Sra. Calvo: La revolución se pasó de frenada. La reivindicación era legítima, pero se pasó de frenada. Entonces, sobre la base del existencialismo ateo-francés de los años 40, con Simone de Beauvoir, Herbert Marcuse y Jean-Paul Sartre, comenzaron a hacer creer a la mujer que la culpa había sido del hombre.

Jóvenes manifestantes se manifiestan con los puños en alto en París el 29 de mayo de 1968, durante la huelga general de mayo-junio de 1968. (JACQUES MARIE/AFP vía Getty Images)

Es decir, como si hubiera habido una confabulación en el inicio de los tiempos para establecer un patriarcado por parte de los hombres y tenernos sometidas y subyugadas. Algo que es absurdo, porque lo que ha habido siempre a lo largo de la historia ha sido una colaboración entre los sexos, y las circunstancias eran las que eran. Por lo tanto, se protegía a la mujer porque era la mujer la que traía vida al mundo en un ambiente de batalla constante y de guerra constante.

Entonces, hay quien quiere ver un conflicto constante entre los sexos cuando, en la inmensa mayoría de las ocasiones, lo que ha habido era colaboración y protección hacia la mujer. Nos han hecho creer que el hombre es el culpable de tenernos subyugadas y oprimidas, y que nuestra libertad —especialmente la femenina— está en juego porque la situación actual de la familia deriva de la desestructuración de la mujer y del engaño al que hemos sido sometidas. Nos han engañado, porque nos han hecho creer que la mujer es libre en la medida en que rompe los vínculos, es decir, que el vínculo matrimonial te subyuga, te esclaviza, te oprime, y que el vínculo con los hijos es una tiranía. Lo decía Simone de Beauvoir: la tiranía de la procreación.

Entonces, los hijos son una carga, un fardo, un problema, un obstáculo a nuestra realización personal y, por supuesto, profesional, y el hombre es el subyugador, el que nos mantiene esclavizadas. Por lo tanto, hay que huir de esos vínculos. Entonces, la mujer desvinculada es una mujer que se queda sola, sin un vínculo matrimonial, sin un vínculo materno-filial; es una mujer que se queda sola. Y, ahora mismo, la mujer en España, en concreto, es la consumidora número uno de ansiolíticos del mundo. Fíjate, tenemos un país maravilloso, con un clima estupendo y todo el día de fiesta, pero consumimos ansiolíticos como locas porque estamos solas, solas.

De hecho, una encuesta realizada en España en 2022, en el Instituto Valenciano de Infertilidad, mostró que el 62 % de las mujeres encuestadas entre 25 y 45 años decían que querían estar solas, que no querían tener hijos, ni casarse, ni nada, ni con un hombre, ni con niños, ni con nada. Decían: mi tiempo y mi libertad. Pero no se dan cuenta de que una libertad para la mujer, una libertad sin vínculos, es una forma inédita de esclavitud, porque es la esclavitud de mis deseos, de mis caprichos, de mis instintos y de mis impulsos. Luego, en nombre de la libertad, nos quedamos sin libertad, matadas de ansiolíticos, como te digo, y solas, porque la característica de la mujer actualmente en la civilización occidental es la soledad.

Y al final, la fragmentación y la tristeza. Entonces, tenemos una tristeza de la «mujer de éxito», que se ha desarrollado profesionalmente de forma exhaustiva, que está todo el día viajando, con nuevas experiencias, con muchísimas relaciones sexuales, con muchísimo consumo, con muchísima promoción profesional y, sin embargo, fragmentada, rota. Como te digo, con muchos rostros felices en las redes sociales, pero tristes, tristes. Una tristeza de la mujer de éxito que está más que estudiada por psicoanalistas y psiquiatras. La ruptura de la familia viene de ahí.

The Epoch Times España: ¿De qué manera la legislación actual en España afecta la estructura familiar?

Sra. Calvo:  Ahora mismo, la familia formada por hombre y mujer no se concibe, porque en España la legislación, de hecho, es muy contraria al varón, muy contraria al varón. La ley de igualdad lo discrimina, la ley del aborto no lo tiene en cuenta para nada. Es decir, si una mujer quiere abortar, el padre de esa criatura no tiene nada que decir, no puede decir nada. Esto es terrible. Es el padre, es el progenitor.

Una manifestante sostiene una pancarta con la imagen de un feto y la leyenda «¿Dónde están mis derechos?» durante la marcha antiaborto «Sí a la vida» el 27 de marzo de 2022 en Madrid (Oscar del Pozo Cañas/AFP vía Getty Images)

De hecho, en la ley de permiso de paternidad en España, la palabra padre la han eliminado y aparece la expresión «progenitor distinto de la madre biológica», lo cual es un insulto, porque es eliminar la figura paterna, un elemento básico y esencial. Una sociedad sin madres, una sociedad de mujeres reacias al afecto materno y al autosacrificio por los descendientes, es disfuncional y, por eso, acabará desapareciendo. Pero una sociedad sin padres es una sociedad sin ley, sin límites, sin autoridad, y lo estamos viendo. En España, el Informe del Fiscal de Menores señala que el retrato robot del delincuente menor es varón sin padre, y esto no lo dice nadie.

The Epoch Times España: ¿Qué elementos considera esenciales para restaurar el prestigio de la familia tradicional en la esfera pública?

Sra. Calvo: Empezar por el matrimonio. Una familia no es familia si no hay un matrimonio formado por hombre y mujer. Aquí, en España, tenemos una ley de familias que acepta o reconoce como familias a 13 ó 14 tipos. Es una ley de familias desfamiliarizadas. La familia tiene un núcleo esencial que la hace reconocible como tal, y es la unión o el compromiso de un hombre y una mujer con un proyecto de vida en común y abiertos a la vida. El motivo es muy sencillo: igual que para traer vida biológica hace falta un hombre y una mujer, esa es la realidad, para la continuidad en plenitud de la personalidad de los niños hace falta un hombre y una mujer también.

Carl Jung, el alumno de Sigmund Freud, decía que el matrimonio es como un útero virtual para los hijos, y es así. Todo hijo, toda hija, necesita el estilo femenino maternal y el estilo masculino paternal. Necesita el matrimonio prioritariamente. Entonces, un matrimonio sin hijos es una familia, es una familia. Un matrimonio con hijos es una familia más amplia, maravillosamente más amplia, pero es una familia. Dos hombres con hijos no son una familia; lo pueden llamar familia como quieran, pero no es una familia, no es reconocible como tal, porque les falta la alteridad sexual.

Imagen ilustrativa. (GaudiLab / Shutterstock)

The Epoch Times España: ¿Cómo contribuye la diferencia entre los sexos a la crianza dentro de la familia?

Sra. Calvo: Esa alteridad sexual de la diferencia entre los sexos existe porque el sexo es constitutivo de la persona, aunque nos quieran hacer creer con esta ideología de género delirante que no, que el sexo es una construcción cultural y que no nacemos hombre y mujer biológicamente hablando. Esto es un delirio absoluto, una falacia y una mentira. Entonces, la familia empieza en el matrimonio, y el matrimonio, en la medida en que hombre y mujer se amen, se quieran, con todos los conflictos, con todas las luchas, con todas las crisis que haya, porque evidentemente es así, pero en la medida en que quieran superar esas crisis y quieran el amor de voluntad, el amor de querer, el amor de «te voy a intentar hacer feliz, voy a vivir para hacerte feliz», pues los hijos serán felices.

Es decir, la felicidad de los hijos se gesta en el lecho conyugal, simbólicamente hablando. Cuando un hijo o una hija ve a sus padres felices, a pesar de o con todos sus conflictos y crisis, está feliz, porque son las columnas que sostienen su mundo. Y necesitan, repito, ese estilo femenino maternal y el estilo masculino paternal: el estilo de la madre que protege, el estilo del padre que fortalece; el estilo de la madre que es un mundo de sentimientos, de intimidad, el del padre que es el mundo de la independencia y de lo público; la madre que tiende a controlar todo exhaustivamente, el padre que da muchísima más autonomía; la madre que es toda afectividad, el padre que es todo efectividad; el cariño de la madre, que es un cariño de palabras, de amor, de abrazos, físico; el cariño del padre, que no va exento de exigencia, del deseo de fortalecer, de hacer autónomos e independientes a sus hijos. Entonces, hay que revalorizar el matrimonio.

Me preguntas cómo revalorizar la familia: revalorizando el matrimonio, empezando por el matrimonio, la pareja primero, antes que nuestras relaciones de sangre. Una vez que somos pareja, una vez que estamos casados, una vez que nos hemos comprometido, mi pareja es lo primero, antes que mis propios padres, por supuesto, y antes que mis hijos, por supuesto. Es que no lo tenemos claro.

Últimamente, dicen también los psiquiatras, las relaciones de sangre se han densificado, es pesado. Nos cuesta marcharnos de nuestra casa, nos cuesta desvincularnos de nuestros padres. Amamos mucho a nuestros padres, pero nuestra exigencia de diferenciación es legítima y necesaria. Tenemos que tener un arraigo, evidentemente. La familia, el matrimonio, da arraigo, da sentido de pertenencia, identidad estabilizante, pero esas raíces no pueden ser esclerotizantes. El regalo más sublime que, por amor, unos padres pueden dar a los hijos es la libertad, la libertad para que se vayan.

Los hijos son alteridad, son trascendencia y, por lo tanto, hay que dejarlos volar. Ahora mismo hay unos lazos biológicos de sangre muy fuertes, muy espesos, y luego también hay unos lazos biológicos con los hijos muy espesos. Hay madres que están enamoradas de sus hijos, que no los sueltan, que les cuesta que se vayan, que quieren prolongar el útero como si fuera un útero virtual extensible hasta el infinito.

Vivimos una vida de enamorados de los hijos. Todo gira en torno a los hijos: ¿qué quieren?, ¿a dónde quieren ir?, ¿qué quieren comer? No por favor, la vida tiene que girar en torno a nuestro cónyuge. ¿Qué quieres comer? ¿Qué quieres hacer el fin de semana? Y los niños son el último mono de la familia, el último mono. Hay que establecer la ley simbólica de la familia, el orden de filiación. Es fundamental.

Lo hemos invertido. Se ha convertido el niño en el rey de la casa, y esto es terrible porque, además, un niño que es el rey de la casa es muy tóxico para una relación de pareja. De manera que, para revalorizar la familia, hay que revalorizar el matrimonio, haciendo matrimonio. La unión, como te digo, pero matrimonio siendo lo que es el matrimonio: una unión de un hombre y una mujer con una decisión de continuidad, de compromiso a lo largo del tiempo. Ojalá pudiéramos todos los que nos hemos unido en matrimonio morir juntos y decir eso que decía Mark Twain en su pequeña obra Diario de Adán y Eva: donde estaba él, donde estaba ella, ahí estaba el paraíso. Ese tiene que ser nuestro fin.

The Epoch Times España: ¿Por qué cree que el modelo de familia estable y numerosa es clave para superar el declive demográfico?

Sra. Calvo: Porque ese modelo de familia es la única, o mejor dicho, la más predispuesta a dar arraigo, sentido de pertenencia, identidad estabilizante y, sobre todo, amor. Pero amor no demagógico. Amor significa aceptarnos unos a otros con todas nuestras carencias, debilidades e imperfecciones. Eso es la familia: es el lugar donde más nos quieren cuando menos lo merecemos, porque es cuando más lo necesitamos.

Es el lugar donde conocemos a cada uno de los miembros y amamos a cada uno de los miembros con todas sus virtudes, pero también con todas sus carencias, imperfecciones y precariedades. Eso es una pasada, eso es transgresor. Ahora mismo, cuando el hijo te viene con un defecto, la ley española te permite desechar al embrión que pueda tener una tara genética. ¿Pero qué es esto? Al hijo se le acepta como llegue y cuando llegue, con todos sus defectos, carencias e imperfecciones, porque son manifestaciones de originalidad de la vida y nos humanizan. Todos somos imperfectos.

Entonces, la maravilla brutal y transgresora de la familia estable —y, si es numerosa, eso ya es, bueno, casi una locura—, porque vuelan los platos, hay conflictos. Es un campo de batalla, pero es el único lugar donde nos van a amar como somos, tal y como somos. Y es brutal. Luego, es el único lugar que va a dar raíces para que luego tengan alas.

Es decir, raíces fuertes que se han establecido a base de la ley simbólica de la familia, estableciendo límites, ejerciendo autoridad, haciendo el regalo del no, para que, una vez que hemos configurado esas pequeñas personalidades, puedan volar, para que se vayan, para regalarles nuestra ausencia, para regalarles el desierto, para que experimenten la pérdida, para que experimenten el fracaso, para que experimenten los obstáculos y, por lo tanto, para que elaboren sus propios recursos para vivir solos. El mayor regalo que podemos dar a nuestros hijos es la libertad, pero el mayor regalo que podemos darles es que aprendan a prescindir de nosotros. Decía el poeta Goethe: solo hay un regalo válido que podamos dejar a los hijos, raíces y alas, pero las alas solo se irán si han tenido previamente unas raíces fuertes.


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Entonces, es una locura, es una maravilla. Esa estabilidad y esas personas maduritas —porque, claro, el matrimonio, el hombre y la mujer, tienen como finalidad, con los hijos, humanizarlos, ya que esos hijos son como pequeños primitivos, hombres salvajes que vienen desde el alba de los tiempos—, y tenemos que humanizarlos. Humanizarlos significa desarrollar las tres dimensiones humanas que poseen: la dimensión física y biológica, cuidarles el cuerpo, que amen su cuerpo, que amen su cuerpo de hombre, que amen su cuerpo de mujer, que respeten su cuerpo de hombre, que respeten su cuerpo de mujer.

La dimensión racional, intelectual, que aprendan a dominar los impulsos, que ejerzan el autocontrol. Vivimos en una sociedad emotivista, hedonista, sensiblona. No, no, no. Nuestros hijos tienen que aprender a controlar los impulsos, tienen que aprender a dominarse a sí mismos, de manera que usen la razón precisamente para el control de esas pulsiones básicas, porque, si no, nos animalizamos. Y luego, la trascendencia, enseñarles también el desarrollo de una vida espiritual que va a ser muchísimo más plena. Y esa es la función.

La maravillosa misión que tenemos de humanizar a nuestros hijos es mucho más fácil cuando hay un padre y una madre que se aman y que están dispuestos luego a dejarles volar, porque lo que tenemos que hacer, padre y madre, al final, es quedarnos otra vez solos y felices.

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