Lucía Etxebarría (1966), conversa con The Epoch Times sobre los grandes tabúes de nuestro tiempo. Escritora y psicóloga, aborda sin rodeos la confusión ideológica, la manipulación del feminismo, la hormonación de menores y la cancelación cultural. Con la franqueza que la caracteriza, denuncia el miedo que domina a los medios, el silencio impuesto por la corrección política y la deriva sectaria de ciertos movimientos que, bajo apariencia progresista, erosionan las libertades individuales.
Pregunta: Lucía, ¿cómo estás y en qué estás trabajando ahora?
Lucía Etxebarría: Acabo de sacar un libro que, supongo, pasará sin pena ni gloria. Es un manual para profesionales de la salud mental, titulado «Manual de escritura expresiva para profesionales de la salud mental».
Si yo no hubiera sido cancelada en su momento, este manual habría sido un hito, ya que es el primero en español dirigido a profesionales del ámbito terapéutico y el único escrito por alguien que combina formación en psicología y literatura.
He tenido la suerte de que me lo publicara la editorial Desclée, un referente en manuales de salud mental en España, pero desgraciadamente no tendrá mucha repercusión por mi cancelación.
Pregunta: ¿Existe una preocupación real detrás de lo que llaman ideología de género, o estamos simplemente ante una construcción ideológica más?
Lucía Etxebarría: Teniendo en cuenta que a mí se me ha insultado toda la vida diciendo que «difundo la ideología de género», no puedo responderte directamente. No sé qué quiere decir exactamente ese término, ni a qué se refiere quien lo usa, porque cada uno lo interpreta de manera distinta.
Periodista: Bueno entre otras cosas, para mí «la ideología de género» es un conjunto de conceptos ideológicos que sostienen que el sexo biológico no determina si una persona es hombre o mujer, porque para sus defensores el sexo sería una construcción social y no una realidad natural. Estas «ideas peregrinas» niegan la realidad biológica porque, según estos «pensadores», la naturaleza humana depende de percepciones.
Lucía Etxebarría: Eso no es ideología de género, eso es transgenerismo o teoría queer. Incluso podría considerarse teoría posmoderna de género, pero la expresión «ideología de género» no quiere decir absolutamente nada, o quiere decir algo distinto para cada cual.
El problema es que la gente usa términos que el común de los mortales no entiende, y eso genera una ceremonia de la confusión que facilita la manipulación de la clase trabajadora.
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Si no hablamos con lenguaje claro y preciso, acabamos creando un problema de incomprensión que solo beneficia a quienes buscan imponer una agenda ideológica.
Pregunta: ¿Por qué te opusiste a la hormonación de menores?
Lucía Etxebarría: Mis razones son científicas y de sentido común. Mi oposición no es solo a la hormonación de menores, sino sobre todo al bloqueo de la pubertad, que se realiza con un medicamento llamado Lupron, cuyo principio activo, la leuprolida, se usa para tratar el cáncer de próstata, la endometriosis y la pubertad precoz.
La leuprolida bloquea la producción de testosterona y estrógenos actuando sobre la hipófisis. Administrarla a menores es extremadamente peligroso: basta leer sus efectos secundarios para comprenderlo. Es potencialmente letal; un menor que podría vivir 90 años quizás no llegue a los 50.
Cualquier mujer que haya tomado anticonceptivos o terapia hormonal conoce sus efectos adversos; ahora imagina eso multiplicado por 200 y aplicado a niños.
El Informe Trànsit, elaborado por Feministes de Catalunya, revela que el 90 % de los menores tratados son niñas que desean ser niños, y que ha habido un aumento alarmante de adolescentes atendidas. Las causas apuntan al malestar con la feminidad y a la influencia de las redes sociales.
Resulta absurdo que un país prohíba a un menor de 18 años fumar, casarse o comprar una casa, pero le permita someterse a un tratamiento experimental, irreversible y potencialmente mortal, con consecuencias graves y permanentes para su salud.
Pregunta: Hablemos de lo ocurrido en el campamento de Bernedo, Álava. ¿Qué falló en las instituciones, en la política y en la supervisión?
Lucía Etxebarría: Todo esto desde hace tiempo se sabía, y habían tenido lugar muchas quejas. Una trabajadora social que había llevado a sus tutelados —entre ellos niños que habían sido víctimas de abusos— alertó, y no le hicieron caso.
PNV tampoco hizo nada. Le resulta más importante la gestión política y económica es decir, urbanismo o la hacienda, y cedieron las competencias educativas a Bildu y sus acólitos.
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A los padres no se les informaba y a los niños se les prohibía llamar a casa; les quitaban el móvil.
En el campamento:
Había «bromas» como chupar el dedo del pie del monitor a cambio de la merienda.
Las duchas eran mixtas: niñas de quince años junto a hombres adultos desnudos. Si se quejaban, las llamaban reprimidas; incluso a una la obligaron a quitarse el bikini.
Algunas chicas intentaron ducharse en la piscina municipal de Bernedo y se lo prohibieron.
Les obligaban a dormir cerca de los chicos, incluso en casos de acoso.
A las que protestaban las manipulaban psicológicamente, diciéndoles que eran «amargadas» y que todo se hacía «por su bien».
Además, el artículo de uno de los directivos de las colonias Aner Peritz en Berria, y su discurso al ganar el concurso de bertsolaris —donde hablaba de «mariconizar a los hijos» y prometía «venganza» contra quienes lo acosaron— evidencian un adoctrinamiento ideológico perfectamente trazado.
En mi opinión como psicóloga, se trata de una secta, un grupo sectario que emplea mecanismos de presión coercitiva. Y puedo afirmarlo con seguridad, porque sé de lo que hablo y puedo argumentarlo.
Pregunta: ¿Crees que la sociedad empieza a tomar conciencia del adoctrinamiento ideológico que impone la izquierda identitaria? En ese contexto, ¿cómo ves el papel de los medios y el clima de miedo que ha generado la cultura de la cancelación?
Lucía Etxebarría: Cobardes. Cuando nos cancelaron a algunas, servimos de aviso a navegantes. Muchos callaron por miedo a perder su trabajo. Hoy, las feministas de siempre —las que no comulgamos con el transgenerismo— no aparecemos en los medios. Nuestro discurso ha sido silenciado y nadie nos pregunta. Se supone que el feminismo actual es precisamente todo lo que venimos denunciando, y a nosotras nos tildan de «tránsfobas». Hay un miedo terrible a ser señalado.
La cancelación se convirtió en una herramienta de control ideológico. Abusaron tanto de ella que ahora, cuando la usan, incluso puede beneficiar al cancelado. Pero las primeras que la sufrimos lo vivimos de verdad. La primera fue J. K. Rowling, y después fuimos cayendo otras, entre ellas yo.
Aun así, hay personas que la padecen cada día: niños en colegios y trabajadores en instituciones públicas que deben callar lo que piensan por miedo al acoso.
La cultura del miedo está muy extendida. Los medios, en lugar de cuestionarla, suelen reforzarla por miedo a perder anunciantes, subvenciones o reputación. Es un círculo perverso en el que la cobardía se disfraza de virtud.
Pregunta: Vienes denunciando el peligro que representan los Hermanos Musulmanes para Occidente. ¿Cómo explicas que la izquierda identitaria, que dice defender los derechos humanos, simpatice con organizaciones abiertamente contrarias a la vida y la libertad?
Lucía Etxebarría: A mí nadie me va a bajar de la burra: ciertos políticos están recibiendo dinero bajo cuerda de organizaciones vinculadas a los Hermanos Musulmanes. No siempre se trata de transferencias directas; hay otras formas de pagar favores.
No hay que olvidar que Pablo Iglesias reconoció públicamente que su programa Fort Apache fue producido en España para Hispan TV, un canal estatal iraní financiado por el régimen de Teherán. Posteriormente, adquirió un chalet de lujo, una operación que suscitó una amplia polémica mediática por las informaciones y especulaciones publicadas en torno a su precio y a la previa titularidad del inmueble.
En 2018, la Unidad de Inteligencia Financiera (Antiblanqueo) destapó transferencias sospechosas a Podemos desde la empresa iraní DanaPharma. Si existiera un periodismo de investigación más serio, encontraríamos muchos más lazos.
Pregunta: En los últimos días se ha hablado de que el «icono» pop Bob Pop podría postularse a la alcaldía de Barcelona con el partido de Ada Colau. En una entrevista llegó a decir que los campos de concentración creados por el Che Guevara en Cuba para homosexuales y disidentes eran «campo y playa». ¿Qué opinión te merece que se silencien episodios tan trágicos como el de las UMAP, donde el régimen comunista cubano internó y degradó a personas solo por no ajustarse a sus «valores ideológicos»?
Lucía Etxebarría: De Bob Pop me niego a hablar, porque solo sería darle publicidad a alguien que no la merece. Personajes como Bob Pop, Sara Santolaya o Hanan Alcalde son personas que, en general, no tienen ni idea de lo que hablan y demuestran la vigencia del «efecto Dunning-Kruger», un sesgo cognitivo que hace que quienes menos saben se crean expertos, mientras los verdaderos expertos suelen subestimarse. Elevar a referentes a personas así es muy peligroso para la sociedad.
La Afirmación de Bob sobre que los campos de concentración para homosexuales del Che Guevara eran como una «chiquimili» y que allí «se lo pasaban muy bien» revela una falta de cultura espantosa y un desprecio profundo hacia el propio colectivo que dicen representar. Es, sencillamente, aterrador.
Pregunta: Vivimos una época en la que se confunde la empatía con la obediencia y la libertad con la corrección política. En medio de tanto ruido mediático y confusión ideológica, ¿cómo podemos recuperar la capacidad de pensar sin miedo, disentir con dignidad y conservar la esperanza de que, al final, el tiempo ponga las cosas en su sitio?
Lucía Etxebarría: La llamada falacia de la justicia es una distorsión cognitiva: creemos que algo es injusto simplemente porque no se ajusta a nuestros deseos o expectativas. Confundimos lo que queremos con lo que es justo, y eso solo genera frustración y rabia, porque el mundo no está obligado a responder a nuestra idea de justicia.
El tiempo no siempre pone las cosas en su sitio. Cioran decía que el ser humano siempre conserva una posibilidad: la del suicidio. Y que, paradójicamente, esa posibilidad es lo que nos mantiene vivos. Si no nos quitamos la vida, incluso cuando todo parece injusto o perdido, es porque aún queda en nosotros algo —curiosidad, inercia, instinto— que nos impulsa a seguir.
La vida no siempre es buena ni justa, pero tiene algo que, incluso cuando la odiamos, nos impide soltarla del todo. Eso es lo que le diría a un joven: que incluso cuando te abandona quien amas, cuando te falla un amigo o cuando te sientes solo, siempre queda algo que hace que la vida merezca la pena. Lo sé porque yo misma he estado enferma, cancelada y sola, y aun así seguí adelante.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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