Como creador de contenido, he observado algo difícil de pasar por alto: las publicaciones que más se viralizan rara vez unen a la gente. Suelen ser las que provocan controversia, indignan o subrayan las diferencias. Las que alimentan el algoritmo.
Y, sin embargo, parte de mi trabajo consiste en sostener ese grado de interacción. De modo que, cuando una publicación funciona, pienso: «Genial, la gente respondió». Eso condiciona lo que publico después: cómo me expreso, qué destaco e incluso qué considero mi «área».
Pero ¿qué ocurre cuando el contenido más exitoso no refleja quién soy en realidad?
Por ejemplo, escribo para The Epoch Times y sé que ciertos temas atraen a muchos lectores. ¿Significa eso que debo ceñirme a lo que genera clics? ¿O tengo la responsabilidad de seguir escribiendo sobre lo que considero esencial, aunque no se vuelva viral?
La semana pasada publiqué un breve vídeo desde mi rancho. Estaba junto a mis vacas, comentando la decisión de importar carne argentina y por qué, a mi juicio, perjudica a los ganaderos estadounidenses. Mis vídeos suelen alcanzar entre 7000 y 10 000 visualizaciones; aquel rozó las 80 000, simplemente porque mencioné al presidente Donald Trump.
Con ello llegaron más de 2000 comentarios, muchos en tono agresivo. Me llamaron idiota, me dijeron que estaba «cosechando lo que sembré al votar». Algunos aseguraban que estaba envejeciendo mal o que tenía mal aspecto. Otros incluso desearon mal a mi familia.
Lo llamativo es que nadie me ha dicho algo así en persona. En la vida real, la gente es amable. Podemos discrepar y, aun así, tratarnos con respeto.
En internet, sin embargo, cambian las reglas. El algoritmo premia la división, y esta alimenta la viralidad. A su vez, empuja a los creadores a amplificar aquello que provoca reacción. Es un círculo vicioso: la ira genera clics; los clics, ingresos; y los ingresos recompensan la indignación.
El problema es que, cuanto más tiempo pasamos en ese ciclo, más lo confundimos con el mundo real. Acabamos creyendo que todo es tan cruel y dividido como nuestros hilos de comentarios. Pero no es así. Las redes sociales son una experiencia filtrada y artificial, poco relacionada con lo que ocurre fuera de la pantalla.
Incluso hice pequeñas pruebas para entender mejor el fenómeno. Cuando publico sobre Dios —fe, gratitud o mensajes de paz—, la visibilidad cae. En cambio, cuando hablo de política, las cifras se disparan.
Así que no puedo evitar preguntarme: ¿está la gente más pendiente de la política que de Dios o, más bien, el algoritmo prioriza lo que nos enfada, frustra o divide?
Porque todo indica que el sistema recompensa la irritación antes que la inspiración. El algoritmo «sabe» que la ira se propaga más deprisa que la calma. A poco que se observe, el patrón se repite: el contenido que enfada circula cada vez más. No es casual. La máquina aprende con precisión qué nos impulsa a seguir desplazando la pantalla, y el conflicto es su combustible favorito.
Cuando la división se vuelve rentable, la unidad se desvanece. Al amplificar las voces airadas, se apagan las serenas. Y pronto acabamos creyendo que el mundo está más airado de lo que está.
Esa creencia lo moldea todo: las conversaciones, la política, incluso la sensación de seguridad. Nos lleva a evitar la franqueza, porque el matiz no hace ruido. La bondad no se viraliza.
De ahí que la elección no esté solo en lo que consumimos, sino también en lo que creamos.
Como creador, puedo perseguir la viralidad o mantenerme fiel a lo que considero esencial. Puedo hablar de lo que da clics o decir la verdad, aunque no tenga recompensa.
Al fin y al cabo, a Dios no le importa qué se vuelve viral. Valora la valentía, la integridad y la voluntad de sostener la verdad, incluso cuando es impopular.
Así que, la próxima vez que publique, me preguntaré: ¿estoy alimentando el algoritmo o alimentando mi alma?
Y quizá, solo quizá, si muchos elegimos lo segundo, la máquina cambie. Tal vez empiece a ofrecernos lo que de verdad necesitamos: unidad, amor y Dios.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Quand les réseaux sociaux récompensent la division : le piège invisible de la viralité».
Cómo puede ayudarnos a seguir informando
¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en España y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.



