Los salvadoreños expresan orgullo por los esfuerzos de encerrar pandilleros, incluso los de EE. UU.

Por Darlene McCormick
17 de abril de 2025 17:50 Actualizado: 17 de abril de 2025 17:52

PLAYA TUNCO, El Salvador— Una suave melodía de ritmo latino se escuchaba de fondo mientras Patricia Sandoval lloraba en un restaurante con vistas al mar gris de El Salvador, su país natal.

Su voz se volvió ronca al contemplar las olas rompiendo y su tono pasó a ser sombrío al relatar los horrores de su vida cuando tenía 11 años y crecía en un país desgarrado por la guerra civil.

Hasta hace apenas unas semanas, habían pasado 42 años desde la última vez que pisó su tierra natal. Ella huyó junto a su madre y sus hermanos a Estados Unidos en busca de una vida segura y un futuro mejor. No pudo evitar emocionarse hasta las lágrimas al revivir un momento melancólico del mes pasado, en que descendió del avión y volvió a pisar la tierra firme de su infancia.

«Me fui, ahora vuelvo y no conozco el país. No conozco mi tierra», manifestó con voz entrecortada.

Sandoval, que vive en California, volvió de visita porque, tras décadas de guerra civil y brutal violencia de bandas, el país está en paz bajo la presidencia de Nayib Bukele. Otras personas que ella conoce también creen que ahora es seguro volver.

«Sentimos que podemos volver a casa, explorar y conocer nuestra propia tierra, que nos fue arrebatada por la guerra, las bandas y la violencia», afirmó.

Muchos salvadoreños contaron historias similares, afirmando que ahora se sienten a salvo de las bandas que mataban y robaban a su antojo antes de que Bukele fuera elegido.

El Salvador juega ahora un papel importante en los esfuerzos del presidente estadounidense Donald Trump para deportar a los inmigrantes ilegales criminales. La secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kristi Noem, visitó el país el 26 de marzo. En un video que tenía como telón de fondo el Centro de Confinamiento del Terrorismo de El Salvador, conocido como CECOT, Noem advirtió a los pandilleros que no operen en Estados Unidos.

The Epoch Times recorrió más de 175 millas a través del país, hablando con una docena de personas sobre la transformación que su nación experimentó bajo Bukele y cómo se sentían acerca de las deportaciones de EE. UU. a su país.

La mayoría de ellos expresaron su aprobación, afirmando que los malvados miembros de las bandas —ya sea en El Salvador o en Estados Unidos— debían pagar por sus crímenes.

Bukele promociona ahora a El Salvador —un país que antaño fue tristemente célebre por su peligrosidad— como el más seguro de Latinoamérica, gracias a las detenciones masivas de algunas de las pandillas más violentas del mundo, como la MS-13 y Barrio 18, que sembraron el terror en el país durante más de una década.

La reputación de El Salvador como un país implacable frente a las pandillas se reforzó con la construcción del CECOT en Tecoluca.

El Centro de Reclusión de Terroristas (CECOT) en El Salvador el 29 de marzo de 2025. (Bobby Sánchez para The Epoch Times)

A Trump le llamó la atención. Durante su campaña, prometió cerrar la frontera sur de Estados Unidos, por donde ingresó la mayoría de los 11 millones de inmigrantes ilegales durante la presidencia de Joe Biden. Su administración dio prioridad a la localización y deportación de miembros de bandas criminales como el Tren de Aragua, originario de Venezuela. Y es aquí donde El Salvador entra en escena.

Según el analista político salvadoreño Herbert Esmahan, la mejora en los niveles de seguridad en El Salvador, ahora considerado uno de los países más seguros del hemisferio occidental, es un elemento clave para disminuir la inmigración ilegal a Estados Unidos.

Limpiar el problema de las bandas en El Salvador significará que se abrirán más negocios, vendrán más turistas y se crearán más puestos de trabajo, afirmó.

Noem visita el Centro de Confinamiento del Terrorismo

Un dosel de árboles cubre con su sombra la carretera de dos carriles que conecta la capital salvadoreña, San Salvador, con la prisión CECOT. El 26 de marzo, la ciudad bullía con la noticia de que Noem visitaría el centro penitenciario, un anuncio que incluso apareció en una valla publicitaria digital de la ciudad.

El día de su llegada, tropas vestidas con uniformes militares y armadas con rifles M16 se alinearon a lo largo de la ruta. Durante su visita, Noem se hizo una foto delante de pandilleros tatuados con el torso desnudo.

Su mensaje a los miembros de las bandas fue que acabarían en una megaprisión si intentaban entrar en Estados Unidos.

El férreo control del gobierno sobre la visita de Noem a la prisión fue evidente para la prensa, y un medio de comunicación local declaró a The Epoch Times que no fue invitado a la reunión entre Bukele y Noem.

Wendy Ramos, portavoz de la presidencia de El Salvador, declinó la petición de The Epoch Times de hablar con la administración de Bukele sobre las deportaciones.

«Ningún funcionario del gobierno está autorizado a dar ninguna información», dijo Ramoz.

El pueblo salvadoreño se mostró feliz de dar su opinión. La mayoría aprobaba que Estados Unidos deportara a su país a los miembros de las bandas.

Todas las personas entrevistadas por The Epoch Times compartieron relatos de violencia y delincuencia que vivieron antes de la elección de Bukele, en su mayoría a manos de las pandillas.

La secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kristi Noem, acompañada por el ministro de Justicia y Seguridad Pública, Héctor Gustavo Villatoro (d), recorre el Centro de Reclusión de Terroristas (CECOT) en Tecoluca, El Salvador, el 26 de marzo de 2025. Estados Unidos deportó al CECOT a 238 presuntos miembros de la banda criminal venezolana Tren De Aragua, y a 21 pandilleros de la MS-13. (Alex Brandon-Pool/Getty Images)

Deportación de pandilleros

Las palomas alzaron el vuelo con un batir de alas mientras niños risueños corrían tras ellas en la Plaza Gerardo Barrios, ubicada en el corazón del casco histórico de San Salvador y nombrada en honor a un antiguo presidente y héroe militar.

La plaza, dominada por la imponente Catedral Metropolitana —con 175 años de historia—, conserva el aire de una época pasada y es un testimonio vivo de la profunda identidad cristiana del país.

Un sábado de marzo, la canción September del grupo Earth, Wind & Fire sonaba desde los altavoces de un hotel cercano, mientras turistas y lugareños compartían el espacio de la tarde.

A través de un intérprete, Enrique Orellana —un trabajador agrícola de Teotepeque, vestido con una camiseta de EE. UU.— contó que había viajado a la capital para comprar pesticidas y combatir un brote de gusano barrenador que afecta al ganado.

Este hombre de 61 años expresó a The Epoch Times que la visita de Noem representaba un motivo de orgullo nacional, al mostrarle al mundo que El Salvador ya no está bajo el control de las pandillas.

«Donde antes era el número uno en delincuencia, ahora es el número uno en seguridad», afirmó. «Trump y Bukele están trabajando mano a mano».

Pero no todos estaban de acuerdo.

En el mercado, no lejos de la plaza, Abel, de 76 años, declaró a The Epoch Times a través de un intérprete que Estados Unidos debería ocuparse de sus propios problemas.

«Este país no tiene derecho legal a aceptarlos», indicó sobre las deportaciones de Trump. «Trump debería meterlos en la cárcel allí».

Asimismo, su amiga Vanessa, de 30 años, dijo que no le parece correcto que Estados Unidos envíe a pandilleros del Tren de Aragua de Venezuela a su país. Estados Unidos debería tener todos los recursos necesarios para albergar a los presos, manifestó.

Ambos dijeron que algunas personas dudan de que todos los que están en el CECOT sean pandilleros. Ambos declinaron dar su apellido durante la entrevista.

(Izquierda) Enrique Orellana, agricultor de 61 años, toma un descanso en la Plaza Gerardo Barrios de San Salvador, El Salvador, 28 de marzo de 2025. (Derecha) Sus amigos Vanessa y Abel, de 30 y 76 años respectivamente, que no quisieron compartir sus apellidos, descansan cerca del mercado de la ciudad en San Salvador, El Salvador, el 28 de marzo de 2025. (Bobby Sanchez para The Epoch Times)

Condenados al CECOT

El mes pasado, la administración Trump deportó a 238 presuntos pandilleros del Tren de Aragua y a 21 pandilleros de la MS-13 al CECOT.

La deportación fue documentada por un video que muestra a los prisioneros siendo conducidos fuera de los aviones por los militares, cargados en autobuses y vehículos de estilo militar, y llevados a la prisión.

Bukele aceptó alojar a los extranjeros durante un año en el CECOT a cambio de 6 millones de dólares estadounidenses (5,2 millones de euros).

El juez de distrito estadounidense James E. Boasberg ordenó que los dos aviones que transportaban a los presuntos pandilleros inmigrantes ilegales a El Salvador y Honduras regresaran a Estados Unidos.

Boasberg ordenó verbalmente que los aviones dieran la vuelta, pero no incluyó la directiva en su orden escrita.

El caso está en curso, ya que la administración Trump y el juez siguen discutiendo sobre las deportaciones de presuntos miembros de pandillas que se encuentran ilegalmente en Estados Unidos después de que Trump invocara la Ley de Enemigos Extranjeros, que permitió al gobierno de Estados Unidos acelerar la expulsión de inmigrantes ilegales considerados participantes en una invasión del país.

El 31 de marzo, la administración Trump deportó a El Salvador a más «criminales violentos» de las pandillas Tren de Aragua y MS-13.

En una publicación en las redes sociales, Bukele dijo: «Anoche, en una operación militar conjunta con nuestros aliados de Estados Unidos, trasladamos a 17 criminales extremadamente peligrosos vinculados al Tren de Aragua y la MS-13».

Trump agradeció a Bukele en una carta, que el presidente salvadoreño publicó en la plataforma de redes sociales X. La carta incluía una invitación para visitar la Casa Blanca el 14 de abril «para una visita oficial de trabajo para discutir esta y otras formas en que podemos apoyarnos mutuamente».

Presos sentados en la penitenciaría de máxima seguridad CECOT en Tecoluca, El Salvador, el 4 de abril de 2025. (Alex Peña/Getty Images)

Crimen y castigo

En un discurso pronunciado en 2024 ante las Naciones Unidas, Bukele dijo que su nación tenía que romper el ciclo de violencia que comenzó con una guerra civil y derivó en la violencia de las pandillas.

Según el presidente populista, en los últimos cinco años su país se centró en sustituir la anarquía por la seguridad para los salvadoreños.

«Algunos dicen que somos el país que encarceló a miles de personas, pero en realidad liberamos a millones», dijo Bukele. «Miles de salvadoreños huyeron de la guerra y la pobreza. Ahora hicimos de éste un país al que volver. En los últimos cinco años, El Salvador volvió a nacer».

El analista Esmahan declaró que en El Salvador, el gobierno investigaba a los presuntos miembros de las bandas antes de meterlos en el CECOT. Aquellos con tatuajes de pandillas y afiliaciones probadas pasaban por un proceso legal.

«Si estas personas no fueran delincuentes confirmados, no estarían en nuestras cárceles, punto», dijo Esmahan sobre los que están en el CECOT.

Aunque Bukele utilizó el «estado de excepción» para acorralar a los miembros de las bandas, Esmahan indicó que quienes se quejan de que Bukele gobierna con mano de hierro están mal informados.

El presidente salvadoreño Nayib Bukele habla durante la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York el 24 de septiembre de 2024. (Michael M. Santiago/Getty Images)

«Esto no es una dictadura», afirmó. «El país pudo acabar con estas estructuras criminales porque fueron declaradas terroristas».

Los globalistas quieren que el mundo crea que El Salvador viola los derechos humanos de los criminales dentro de las cárceles, expresó.

«Eso no es cierto. En todo caso, en El Salvador se restablecieron los derechos humanos», afirmó Esmahan.

Los pandilleros de El Salvador pasarán probablemente toda su vida entre rejas debido a las condenas combinadas por ser pandilleros y terroristas, traficar con drogas y cometer violaciones y asesinatos.

Los presos deportados de Estados Unidos son retenidos aquí como un servicio a Estados Unidos a cambio de una cuota y no están pasando por el proceso legal por el que pasaron los reclusos en el país.

El Sr. Esmahan afirmó estar seguro de que El Salvador no los aceptaría sin alguna confirmación de que eran delincuentes.

Herbert Esmahan en El Salvador el 27 de marzo de 2025. Esmahan dijo que en El Salvador el gobierno investigaba a los presuntos miembros de las bandas antes de detenerlos en el CECOT. (Bobby Sanchez para The Epoch Times)

Revolución y guerra

Diego Cartagena, de 23 años, es mecánico de profesión, pero gana más dinero como chófer de turistas y visitantes en San Salvador.

Cartagena declaró en una entrevista a The Epoch Times que no pudo visitar a su novia en una ciudad vecina antes de que Bukele iniciara su «estado de excepción», que suspende algunos derechos civiles. Los miembros de la banda ponían controles de carretera en su territorio y comprobaban la identidad de las personas que entraban, y a menudo disparaban a los forasteros.

Cartagena afirmó que tenía que reunirse con su novia en territorio neutral, como restaurantes y centros comerciales.

Tras la elección de Bukele, las tropas se adentraron en los barrios más peligrosos y acorralaron a presuntos miembros de bandas basándose en tatuajes específicos.

«Por ejemplo, si alguien tenía tatuajes, lo interrogaban», explicó a The Epoch Times a través de un intérprete.

La táctica funcionó, dejando muy pocos miembros de bandas en los barrios. Cuando alguien ve a alguien haciendo señas de pandilla, lo graba con su teléfono y alerta a los funcionarios, añadió.

«De hecho, ayer, un chico hizo una señal de pandilla. Hay carteles para cada mara (abreviatura de marabunta o banda). Hizo una señal de pandilla a un funcionario, y rápidamente vinieron a por él», concluyó Cartagena.

Diego Cartagena, de 23 años, conductor de turistas, delante de su coche en San Salvador, El Salvador, el 29 de marzo de 2025. Dice que la ciudad es mucho más segura ahora que antes de que el presidente Nayib Bukele asumiera el cargo, cuando no podía ir a otro barrio sin temor a ser asesinado por las pandillas. (Bobby Sánchez para The Epoch Times)

El Sr. Esmahan declaró que las anteriores zonas azotadas por la delincuencia son ahora atracciones turísticas, como el Palacio Nacional en la Plaza Gerardo Barrios.

Los vendedores de estas zonas tenían que pagar comisiones a las bandas para poder operar sus negocios. «Si no lo hacían, entraban en el mercado, les disparaban delante de todo el mundo, a plena luz del día, y se salían con la suya. Así de sencillo», afirmó.

También mencionó que una vez fue asaltado a punta de pistola por bandas, a las que describió como un «gobierno en la sombra».

En un mercado de carretera a las afueras de la ciudad, Olivia Esperanza García, de 49 años, lucha contra la pobreza mientras vende caña de azúcar por 50 centavos (1,60 euros), 11 horas al día, siete días a la semana. Dice que le gusta Bukele porque puso entre rejas a los miembros de las bandas. Asimismo, aprueba que Estados Unidos envíe pandilleros a la megaprisión de su país.

«Todos votamos por Bukele, aseguró, que fue reelegido con más del 80 % de los votos.

«Gracias a Dios porque tienen que pagar lo que deben», expresó, sobre los criminales que Estados Unidos deporta allí.

La Sra. García expresó que, aunque las cosas están mejor, duda que los salvadoreños que viven en Estados Unidos regresen.

«La pobreza en la que vivimos, no mucha gente puede vivir con eso. Se acostumbraron a otro estilo de vida», afirma.

Como otros, tuvo décadas de penurias y violencia. Antes de que Bukele fuera elegido, las bandas la asaltaban mientras trabajaba al borde de la carretera con sus hijos y nietos.

La guerra civil aún la persigue. Recuerda que tenía 11 años cuando estalló el conflicto.

«Mucha gente perdió a sus familias», mencionó.

Olivia Esperanza García, de 49 años, espera a los clientes en su puesto de caña de azúcar de la carretera Panamericana en El Salvador el 29 de marzo de 2025. Trabaja en su puesto con sus hijos y nietos. (Bobby Sanchez para The Epoch Times)

La violencia que sufrieron muchos salvadoreños, empezando por la guerra civil, ayuda a explicar el auge de Bukele.

De 1979 a 1992, la guerra se libró entre el gobierno de El Salvador, respaldado por Estados Unidos, y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), una coalición de grupos guerrilleros de izquierda apoyados por Cuba y la Unión Soviética.

La guerra no terminó formalmente hasta después del colapso de la Unión Soviética, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec en Ciudad de México en 1992.

Una suave brisa acariciaba el pelo de Sandoval mientras recordaba la violencia de aquella época. Los civiles eran los daños colaterales en medio de la violencia. Recuerda que le aterrorizaba que las tropas gubernamentales o el FMLN entraran en el autobús en el que viajaba. Una vez a bordo, señalaban a niñas, mujeres y hombres, ordenándoles que bajaran del autobús.

«’Tú, tú, tú, bájate del autobús, y se las llevaban, las violaban (…) y las mataban», recuerda Sandoval. «De niña, intentaba parecer la más fea posible. Quería parecer muy masculina para no ser atractiva».

Patricia Sandoval, de 53 años, se seca las lágrimas mientras recuerda cuando abandonó El Salvador de niña durante la guerra civil de los años 80, en un restaurante de Playa El Tunco, El Salvador, el 28 de marzo de 2025. (Bobby Sanchez para The Epoch Times)

Su madre estaba en peligro constante porque era una trabajadora social que tenía que conducir hasta el campo mientras el conflicto hacía estragos.

Recuerda cuando el FMLN detuvo el autobús en el que viajaba con su madre y sus hermanos mientras se dirigían a visitar la tumba de su padre. Subieron al autobús guerrilleros armados del FMLN que estaban en guerra con el gobierno salvadoreño. Su corazón se aceleró mientras su madre les suplicaba.

«Por favor, no les hagan daño a mis hijos», relata, que gritó su madre.

«Y recuerdo al terrorista que llevaba un pañuelo hablando con mi madre diciéndole: No se preocupe, señora, no vamos a hacer daño a los niños».

Pero incluso mientras hablaba, los insurgentes del FMLN estaban tirando maletas mientras los pasajeros se apresuraban a bajar del autobús, manifestó.

«Salimos corriendo del autobús. Mientras corríamos, ellos disparaban», expresó, añadiendo que corrieron para salvar sus vidas, agachándose detrás de una gran caja metálica de teléfonos.

«Recuerdo las balas volando. Sí, disparaban a la gente que corría».

Ahora, ella estaba en una playa conocida por el surf, rodeada de turistas que gastan dólares en comida, bebida y compras.

«Así que para mí es una bendición volver aquí hoy», indicó.

Guerrilleros salvadoreños descargan sus armas al aire antes de entregarlas para su destrucción bajo la supervisión de observadores de Naciones Unidas, en El Salvador el 14 de diciembre de 1992. La guerrilla salvadoreña está concluyendo su desmovilización en cumplimiento del acuerdo de paz del 15 de enero de 1993. (Yuri Cortez/AFP vía Getty Images)

Ningún lugar donde esconderse

La influencia de Estados Unidos está por todas partes en El Salvador, que es una tierra de contradicciones, una mezcla de viejo y nuevo, pobre y rico.

Los restaurantes de comida rápida, como McDonald’s y Wendy’s, son omnipresentes en este pequeño país de 6.3 millones de habitantes, que incluso tiene un concesionario de Porsche en una zona de lujo.

En los bajos fondos de la ciudad, rejas antirrobo cubren las ventanas y puertas de tiendas y casas. Las vallas están coronadas con alambre de espino.

En el fondo de la ciudad moderna hay volcanes, bosques frondosos y pequeñas aldeas en las laderas.

Al este de San Salvador, el municipio de Verapaz se asienta cerca de la base del volcán de San Vicente, que evoca imágenes de la serie de televisión de ciencia ficción «La tierra de los perdidos», sobre una familia atrapada en un túnel del tiempo prehistórico.

Pero la delincuencia no conoce fronteras.

Irvin Aguilar, de 23 años, tiene una barbería en el pueblo para mantener a su mujer y a su hija de 4 años. Antes de que se retiraran las bandas, tenía que pagar a los señores de la MS-13 entre 15 y 20 dólares estadounidenses (entre 13 y 17 euros) al día por mantener su negocio, en el que cobra 3.50 dólares estadounidenses (3,08 euros) por corte de pelo.

Irvin Aguilar (d) le corta el pelo a Dennis Potillo en Verapaz, El Salvador, el 29 de marzo de 2025. Aguilar dijo que ahora es más seguro después de que el gobierno comenzara a encarcelar a los pandilleros. (Bobby Sanchez para The Epoch Times)

En cuanto al importe «variaba», declaró Irvin a The Epoch Times a través de un intérprete. «Si les caías bien, pagabas menos, pero si no les caías bien, pagabas más».

Aguilar aprueba algunas de las medidas de Trump, pero le preocupa que estén afectando a su madre, que vive con sus hermanos nacidos en Estados Unidos, en Nueva York.

Si bien deshacerse de los pandilleros criminales es bueno, algunos salvadoreños que viven ilegalmente en Estados Unidos están preocupados, aseguró.

«Es difícil trabajar en Estados Unidos por el miedo a ser deportado», añadió.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times en español con el título «Salvadoreños se enorgullecen de los esfuerzos para encerrar a pandilleros, incluso los enviados de EE. UU.»

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