En resumen:
El analista describe tres escenarios posibles tras el colapso.
Compara la situación con diversos precedentes históricos.
Según el autor, a finales de septiembre se abrió una fase crucial en la sede del Partido Comunista Chino.
El número de los llamados «desaparecidos» ha alcanzado un nivel estadísticamente significativo.
Las unidades militares empiezan a alinearse abiertamente con las facciones centrales.
El colapso político, gubernamental y social en la República Popular China (RPC) parece haber comenzado.
Como posible resultado, China podría continuar bajo un Partido Comunista Chino (PCCh) reformado o existir sin el PCCh. También cabe la desintegración en múltiples «Chinas» controladas por potencias regionales.
Todo ello sucede mientras sectores de la sociedad comunista china continúan logrando grandes avances tecnológicos.
¿Qué caracteriza a un colapso?
Incluso cuando la Rusia zarista se derrumbó en 1917, la sociedad sufría grandes privaciones y frustraciones, pero al mismo tiempo ocupaba un lugar destacado en ámbitos del crecimiento económico e industrial mundial.
La Primera Guerra Mundial actuó como catalizador del colapso final del gobierno imperial. Sin embargo, este colapso no fue, como luego se presentó, una «revolución».
Un colapso a menudo une los opuestos. Tras un periodo de crecimiento y esperanza renovada sobrevienen la frustración en segmentos de la sociedad y la parálisis de las estructuras estatales. Suele ocurrir cuando las expectativas generadas no se cumplen o se abordan demasiado tarde.
Los desencadenantes inmediatos pueden variar considerablemente, desde eventos graves a relativamente menores.
Fase crucial a finales de septiembre
Tras la opaca fachada de Zhongnanhai —la sede del Partido Comunista Chino (PCCh), ubicada junto a la Ciudad Prohibida en Pekín— y bajo el silencio de altos funcionarios, a finales de septiembre comenzó una fase decisiva, aunque encubiertamente violenta, de lucha por el poder.
La delicada naturaleza de los diversos desafíos que enfrenta el líder del PCCh, Xi Jinping, refleja la profunda ansiedad de todas las facciones implicadas.
Cada una de ellas sabe que su propia supervivencia está inextricablemente ligada a la existencia de todo el sistema del PCCh y el Ejército Popular de Liberación (EPL).
Último detonante: presunto asesinato de un joven actor
Miembros de la élite del PCCh y familiares de funcionarios del partido mueren o desaparecen en circunstancias poco claras. El último detonante de una nueva escalada parece haber sido el presunto asesinato del joven actor Yu Menglong, que falleció el 11 de septiembre en Pekín tras precipitarse desde la ventana de un apartamento.
El encubrimiento sin precedentes del incidente fue presuntamente orquestado por Cai Qi, uno de los funcionarios de más alto rango del partido. Cai Qi es miembro del Secretariado del PCCh, quinto miembro del Comité Permanente del Politburó y jefe de la Oficina General del PCCh, lo que lo convierte en el jefe de gabinete de facto de Xi.
Esa operación de ocuiltamiento ha intensificado aún más la lucha interna por el poder y, al mismo tiempo, ha provocado indignación pública en las calles.
Ha habido muchos detonantes en la lucha interna del partido en el pasado, pero, ¿podría ser este el decisivo, quizás incluso el último antes del colapso?
Unidades militares toman posición
Al mismo tiempo, otra lucha a muerte se dirime en las calles. El desempleo, el hambre, la decepción y la ira empujan cada día a más personas a protestar y saquear en toda China.
La pérdida masiva de vidas ya no puede ocultarse al público. El número de los llamados «desaparecidos» alcanza niveles estadísticamente significativos.
Las unidades militares empiezan a posicionarse abiertamente, a favor o en contra de las facciones centrales del partido. Sus acciones también incluyen demostraciones de fuerza selectivas en ciudades cercanas a Pekín.
La cuestión a corto plazo no es si el ejército puede reprimir a la población —sin duda podría—, sino si las diversas fuerzas militares y de seguridad tetminarán combatiéndose entre sí.
Por lo tanto, esto marca un punto crucial en la lucha por el liderazgo del partido y, por ende, de la República Popular China, su pueblo y el conjunto del territorio continental.
La caída de Xi podría conocerse en octubre
Esta lucha de poder probablemente conducirá a la destitución total de Xi. Durante el último año, se ha encontrado cada vez más aislado y sistemáticamente excluido de la toma de decisiones.
Esto ya lo reconocen los observadores chinos de todo el mundo, pero el proceso aún no ha concluido.
Es probable que la caída o humillación de Xi se haga pública en octubre, pero aún no está claro si el partido podrá sobrevivir a largo plazo. Ya en 2007, varios indicadores sugerían un colapso para 2025.
A finales de septiembre, poco antes de la cuarta sesión plenaria del XX Comité Central, Xi y los miembros que aún lo respaldaban intentaron recuperar el control.
Si lograban asegurarse el apoyo del Ejército, podían desencadenar enfrentamientos sangrientos, sin garantizar la supervivencia del PCCh.
Desintegración gradual y prolongada
El colapso de un Estado nunca ocurre de forma ordenada y rara vez obedece a la lógica. Suele ser el resultado de un largo período de deterioro gradual y doloroso, hasta que el desenlace se precipita de forma repentina e inesperada. El colapso puede desencadenarse por estallidos revolucionarios, por el derrumbe del liderazgo o por acciones militares (internas o externas).
Si consideramos el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1990-1991, se ovservan, en retrospectiva, todos los signos de una división sistémica. Se observa algo similar en China en las últimas décadas.
Al igual que la llamada Revolución Rusa que la precedió en 1917, el colapso de la URSS se produjo en un momento en que la estricta cultura de las purgas soviéticas ya se había relajado.
La perestroika y la glásnost [reformas de reestructuración económica y apertura política de Gorbachov] habían insuflado optimismo en los ciudadanos soviéticos.
¿Un nuevo Napoleón?
De igual manera, la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII (1789-1799), incluido el golpe bonapartista del 9 de noviembre de 1799, condujo a la fundación del Primer Imperio Francés el 18 de mayo de 1804. También trajo consigo importantes contradicciones que dieron lugar a luchas internas de poder y protestas callejeras.
¿Se convertirá el general Zhang Youxia, actual hombre fuerte del Ejército chino, en un nuevo Napoleón Bonaparte?
No hay indicios de que el fin del régimen comunista en China vaya a ser menos caótico que los grandes colapsos gubernamentales de los últimos siglos, entre ellos la «revolución» iraní.
Es importante destacar que estos acontecimientos rara vez fueron revoluciones en el sentido estricto del término. En la mayoría de los casos, fueron el resultado de la parálisis de gobiernos incapaces de adaptarse a las circunstancias cambiantes.
En la República Popular China, el colapso del gobierno de Xi podría, como espera el partido, formar parte de una transición fluida hacia un nuevo líder comunista (de hecho, probablemente pseudocomunista). Esto podría facilitar una transferencia de poder aún más pacífica que la que se produjo durante la transición de la Unión Soviética a la Federación Rusa entre 1990 y 1991.
No se prevé una toma de poder silenciosa
Pero eso no está garantizado. A diferencia de la URSS, las últimas etapas del gobierno de Xi en la República Popular China se han caracerizado por el hambre generalizada, la falta de vivienda y el desempleo. Es improbable que estos problemas resulten controlables a corto plazo.
Gobiernos y empresas de todo el mundo soportan una fuerte presión para ignorar o justificar los cambios en el gobierno chino o en el PCCh.
Como consecuencia de ello, la preparación internacional frente al colapso del gobierno y la economía chinos es escasa; de ahí que la planificación económica y las evaluaciones de amenazas a la seguridad nacional, en la medida en que incluyen a la República Popular China, resulten obsoletas y no contemplen adecuadamente los escenarios de largo plazo.
Entre esos escenarios figuran estallidos de caos procedentes de China, acciones impredecibles de Pekín en plena agitación y las implicaciones de una eventual era «pos-China».
Desunión en el Ejército
A finales de septiembre, todo parecía estar listo para que Zhang Youxia, vicepresidente de la Comisión Militar Central del PCCh, desempeñara un papel clave en asegurar y estabilizar la salida de Xi.
Hay indicios de posibles áreas de desunión dentro del Ejército Popular de Liberación (EPL). Esto podría perturbar una transición fluida.
De ocurrir esto, podría surgir la oportunidad de un ataque militar contra la República de China (nombre oficial de Taiwán). Sin embargo, dicho ataque sería extremadamente problemático para la República Popular China, incluso con todos los recursos del EPL.
Por supuesto, también causaría un enorme daño a Taiwán y mermaría el acceso de Occidente a la industria taiwanesa de semiconductores.
Los intentos de las facciones anti-Xi por restablecer la estabilidad económica en China continental sugieren que casi todas adoptan el pragmatismo del exlíder del PCCh, Deng Xiaoping.
Sin embargo, esto quizá no baste para una reconstrucción rápida de la sociedad en China si no se admite que una economía de mercado debe orientarse al mercado, y no meramente a la producción.
Sin planes para crear una economía de mercado estable
Deng y sus sucesores creían que el éxito económico dependía de la capacidad industrial y la producción. Esta creencia condujo a una sobreproducción masiva y al colapso de empresas comerciales e industriales. Surgieron hostilidades en los mercados globales, que sufrieron el dumping de productos chinos a precios por debajo del umbral de viabilidad económica.
El hecho evidente de que en Pekín no se debatan planes para implantar una economía de mercado estable sugiere que la recuperación de China, de producirse a medio plazo —digamos, en los próximos diez años— será lenta.
De ser así, el malestar interno podría —y casi con toda seguridad lo hará— intensificarse, acompañado de un éxodo masivo de la población china.
La célebre frase atribuida a Luis XV —«Après moi, le déluge» («Después de mí, el diluvio»)—, pronunciada poco antes de la Revolución Francesa, se interpretó como nihilista e indiferente; se tomó como prueba de su desinterés por el futuro del Estado tras su muerte.
Sin embargo, en realidad cabe interpretarla a la inversa. La frase podría haber salido de la boca de Xi: «Después de mí, el diluvio; después de mí, reinará el caos».
Xi, al igual que Luis XV, es el artífice de su propia caída. Sin embargo, sería imprudente creer que no le importa lo que le suceda a China tras su caída.
Ambos fueron, a su manera, verdaderos creyentes. Ahora lo vemos en la realidad de la lucha entre las facciones que buscan conservar o ganar el poder en China.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Alemania con el título «Vorbereitung auf den Zerfall des kommunistischen Chinas»
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